viernes, 26 de abril de 2013

Mil veces, dos veces, un par de veces más.


¿Has oído un amanecer? ¿Has sentido su calidez? ¿Has buscado al sol en la mañana? Tú, amor, ¿sabes que ese sol que me sabe tanto a ti, también puede saber a mí si lo miras detenidamente? ¿Sabes? Sabes que aún seguimos respirando oxígeno, que aún dormimos por las noches y nos pensamos en el día. Tú bien lo sabes, hombre de caras largas, mi distancia estática, no te muevas ni un centímetro más allá, que me ahogo, que me faltas y ya, sinceramente, no puedo extrañarte más, no puedo idearte más, ni imaginar tu entorno o tus nuevos amigos, descifrar tu habitación, imaginarme desdibujada en un rincón, viéndote a lo lejos, extendiendo mi mano eterna y vacía, perseverante e inconclusa. Sí, inconclusa, porque aún no me termino de acabar, tardo tanto en desintegrarme, y eso es justamente porque me alimento de tu amor lejano y de casualidad, tu amor de aciertos y quizás, tu amor fraudulento, pero el único certero, tu amor que es el único que me llega hasta los huesos, que me enreda la lengua, que me eriza la piel y yo llamo “mi dulce tormento”. Tu amor, mi amor, tu amor, mil veces tu amor a distancia y mi alma expectante, dos veces más tu amor que no toca pero estremece igual, un par de veces más tu amor de estrella fugaz, que me arrebata el sueño y me deja los deseos, que me quita el aliento y me deja tan sólo el desvelo. Un par de veces más te prefiero a ti por sobre el montón, aunque me ofrezcan cielos, aunque me bajen lunas, aunque de oro llenen mis techos de cartón, yo te prefiero a ti, en tu inmutable distancia. A ti, a tu inmediata ausencia que aparece cuando la lógica me grita: “piensa”. A ti, que te pienso mil veces, dos veces y un par de veces más y, aún así, sigo hallándote perfecto entre tantas imperfecciones, hermoso entre tanta imposibilidad de vernos, capaz, allí, cuando recuerdo que me dices que “nunca me dejarás de amar”.

Cuando piensas en alguien mil veces, 
dos veces y, por no dejar, 
un par de veces más: 
Estás enamorado.

sábado, 20 de abril de 2013

Aquella época.

   Quiero pensar que no te has ido, que muy en el fondo de mí sigues jugando a las escondidas, asomada tras mi corazón, oculta en algún rincón... de verdad quiero pensar en que regresarás y me harás lo que fui con tanto gusto y orgullo en aquella época tan llena de aprendizaje.
   Tú, la muchachita de rasgos ingenuos, la tonta de las malas decisiones, tú, ¿dónde andas? Haces falta. Quiero enamorarme tanto como en aquella época, y escribir a cada minuto, no preocuparme por mi peso, usar la falda azul marino, mirarte a través de mi ventana, dormir la tarde entera y despertar queriendo escribirte mil poemas. Regresar a aquella época, cuando no tenía que preocuparme por tantas cosas, ni sacrificar otras más, cuando la vida era aún más sencilla y mi espíritu era frágil y puro. Quisiera no saber tantas cosas que sé ahora, hacerme la desentendida, correr... correr kilómetros de distancia, sonreír, no doblegarme ante nada. Regresar a aquella época de compañerismo, la que llenaban tantas personas, las que vaciaban tus ojos. Es cierto todo esto que digo y aunque sé que todo es aprendizaje, a veces quisiera no haber vivido algunas cosas que siguen doliendo dentro, que siguen ardiendo mucho, como si acabaran de pasar mil veces; sí, de hecho eso quiero: no tener que ver la vida pasar tan rápidamente.
   A veces sólo quisiera regresar a esa época tan lejana, donde mis amigos más cercanos seguirían estando conmigo, donde no habría primer beso ni primeros errores, donde me quedaría a observar cómo se posan los días en mis agendas y yo sería minuciosa al respecto. De verdad quisiera verte de nuevo, escuchar las mismas canciones, reingresar al borroso recuerdo de mi adolescencia y dejar intactas las memorias, yo sólo quisiera, de verdad que quisiera... regresar a aquella época y encontrarte sonriente en un momento de improvisada debilidad.