¿Has oído un amanecer? ¿Has
sentido su calidez? ¿Has buscado al sol en la mañana? Tú, amor, ¿sabes que ese
sol que me sabe tanto a ti, también puede saber a mí si lo miras detenidamente?
¿Sabes? Sabes que aún seguimos respirando oxígeno, que aún dormimos por las
noches y nos pensamos en el día. Tú bien lo sabes, hombre de caras largas, mi
distancia estática, no te muevas ni un centímetro más allá, que me ahogo, que
me faltas y ya, sinceramente, no puedo extrañarte más, no puedo idearte más, ni
imaginar tu entorno o tus nuevos amigos, descifrar tu habitación, imaginarme
desdibujada en un rincón, viéndote a lo lejos, extendiendo mi mano eterna y vacía,
perseverante e inconclusa. Sí, inconclusa, porque aún no me termino de acabar,
tardo tanto en desintegrarme, y eso es justamente porque me alimento de tu amor
lejano y de casualidad, tu amor de aciertos y quizás, tu amor fraudulento, pero
el único certero, tu amor que es el único que me llega hasta los huesos, que me
enreda la lengua, que me eriza la piel y yo llamo “mi dulce tormento”. Tu amor,
mi amor, tu amor, mil veces tu amor a distancia y mi alma expectante, dos veces
más tu amor que no toca pero estremece igual, un par de veces más tu amor de
estrella fugaz, que me arrebata el sueño y me deja los deseos, que me quita el
aliento y me deja tan sólo el desvelo. Un par de veces más te prefiero a ti por
sobre el montón, aunque me ofrezcan cielos, aunque me bajen lunas, aunque de
oro llenen mis techos de cartón, yo te prefiero a ti, en tu inmutable distancia.
A ti, a tu inmediata ausencia que aparece cuando la lógica me grita: “piensa”.
A ti, que te pienso mil veces, dos veces y un par de veces más y, aún así, sigo
hallándote perfecto entre tantas imperfecciones, hermoso entre tanta
imposibilidad de vernos, capaz, allí, cuando recuerdo que me dices que “nunca
me dejarás de amar”.
Cuando piensas en alguien mil veces,
dos veces y, por no dejar,
un par de veces más:
Estás enamorado.